sábado, 5 de junio de 2010

EL BUFEO COLORADO


Al delfín rosado del Amazonas la gente lo llama, simplemente, bufeo colorado y así lo distinguen de sus otros hermanos que son de color gris.

La leyenda de que el bufeo, como ser o duende “encantado” que es, puede transformarse en un hombre “gringo” al que le gustan las mujeres jóvenes.

Así, con esa apariencia, suele presentarse a la fiesta en la que participa la chica elegida. Como viajero de paso, baila y enamora a la muchacha, invita a beber a todos los participantes y así se gana la simpatía general. Pero él no come ni menos bebe licor, porque si se emborracha, se rompería el encantamiento y se descubriría quién es.

Cuando la muchacha ya es la enamorada del bufeo, él la colma de regalos y atenciones. La visita siempre por las noches y se marcha antes del amanecer.

Así al poco tiempo, la mujer enamorada empieza a mostrar una conducta extraña, porque quiere permanecer todo el tiempo junto al río y si ésta situación no es notada a tiempo por sus familiares y no la mandan a curar a un buen chaman, puede terminar desapareciendo, ya que en su deseo de estar siempre junto a su gringo “bufeo” enamorado, terminará arrojándose al río para no salir jamás.

viernes, 4 de junio de 2010

EL URCUTUTO

El Urcututu es un búho de gran tamaño que vive en lo profundo de la selva amazónica, en la copa de los árboles más grandes, es un gran cazador nocturno.

Cuenta la leyenda que ciertos brujos maleros, hechiceros practicantes de magia negra, llegan a tener “pactos secretos” con los urcututos y entonces lo utilizan para enviar virotes o dardos mágicos, que serán descargados sobre el enemigo elegido, con el fin de causarle daño por venganza.

También suelen ser enviados como mensajeros, para espiar el lugar donde se realizan las sesiones de ayahuasca, como cuidador, cuando se va a tratar a un enfermo que el mismo brujo daña.

Considerado como un animal de mal augurio por algunos y de buena suerte para otros, es el rey de la noche.

Entre la población de Iquitos y alrededores de esta ciudad, se cree que el canto de los urcututos son presagio de un embarazo de alguna mujer conocida por quienes escuchan el canto.

jueves, 3 de junio de 2010

EL CHURRINCHE


Ulian era un indio tehuelche que poseía extraordinarios poderes. Todos lo amaban y respetaban en su tribu y no sólo sus hermanos, los indios; lo amaban también las plantas y los animales, con los que podía hablar porque conocía todos sus idiomas y podía entenderse con ellos a las mil maravillas.

Fueron ellos, los animales del bosque, los que, cuando Ulian era niño, lo salvaron de una muerte horrible...

Cierto día, el indiecito se sentó en el bosque para hablar seriamente con un insignificante pajarito gris al que él llamaba "Churrinche". Como tantas otras veces, Ulian trataba de convencerlo de que él era tan útil y bello como los otros pájaros, pero el churrinche no se convencía:

-¿No ves que no tengo ni una pluma de color? ¿No te das cuenta de que soy tan chiquito que casi no se me ve? Mírame bien: ¡Soy feo!... ¡muy feo!

Tan seguro estaba el pajarito de lo que decía, que creía que todos pensaban lo mismo que él y, por eso, andaba siempre solo, así nadie podría compararlo con las bellísimas aves multicolores que habitaban el bosque.

Tan ocupado estaba el indiecito con su pajarito desvalido, que no oyó acercarse a un gigante malvado que vivía en las cercanías y que tenía mucha envidia de los poderes mágicos de Ulian.
En un abrir y cerrar de ojos había atado pobre niño y lo había encerrado en una cueva, que había tapiado totalmente, esperando que muriera.

Pero... sin darse cuenta, el gigante había dejado una pequeña hendidura sin tapar, y por allí se coló el churrinche. Con su débil pico intentó desatar las cuerdas que inmovilizaban al prisionero, pero tenía tan poquita fuerza que no pudo conseguir nada. Además, el gigante, al darse cuenta de su presencia, lanzó un rugido tan fuerte que le arrancó todas las plumas de su copete.

- Andá y pedí ayuda a mis hermanos, los animales, ellos me ayudarán; dijo Ulian con el pensamiento, ya que estaba amordazado.

El churrinche estaba tan asustado y desesperado que se olvidó de su vergüenza y de un solo vuelo aterrizó en el claro del bosque, donde estaban reunidos los animales y les contó, casi llorando, lo que pasaba.

Rápidamente, se formó un congreso y quedó preparado el plan: el tucutuco cavaría un túnel desde su guarida hasta la cueva y por él sacarían a Ulian.

Esperaron a que se hiciera de noche y comenzó la tarea; si bien es cierto que el jefe era el tucutuco, todos los animales ayudaban a sacar la tierra y despejar el túnel, hasta que por fin llegaron a las paredes de la caverna.

Allí escucharon unos golpecitos que Ulian pegaba con los talones para indicar su posición y, en el mayor silencio, el tucutuco cavó un gran orificio.

El churrinche, mientras tanto, se había vuelto a meter en la cueva, para hacerle compañía a Ulian y ver los pormenores del rescate.

Entre todos los animales arrastraron al prisionero, todavía atado y amordazado, por el túnel recién cavado, rumbo a la guarida del tucutuco, donde pensaban esconderlo.

Ya estaban por empezar la marcha, cuando el gigante se despertó y lanzó un feroz rugido.
El churrinche se llevó un susto mayúsculo, pero lo primero que pensó era que debía avisar a sus amigos que el gigante estaba furioso, y lo primero que se le ocurrió fue ponerse a gritar tan fuerte como el gigante (en realidad, eso creía él):

- churruit... churruit... churruit... churruit...
churruit... churruit... churruit... churruit.

El gigante, más enfurecido que antes, por semejante batifondo, le arrojó una gruesa espina que se clavó profundamente en el pecho del pájaro, y se dedicó a perseguirlo.

Los animales aprovecharon para proseguir con el rescate, mientras el tucutuco iba taponando el túnel recién construido.

Cuando estuvo seguro de que Ulian estaba a salvo, el churrinche, totalmente ensangrentado, dejó de gritar y, con las pocas fuerzas que le quedaban, voló hasta un chañar, a cuyos pies cayó desmayado.

Allí lo recogió una calandria, que lo llevó hasta Ulian que, con unos pocos pases mágicos lo curó, pero decidió que para siempre llevara el color de la sangre en su plumaje, como muestra de su coraje y valentía.

Y, por esa causa, el churrinche ya no es gris, sino que tiene los colores que tanto envidiaba a las otras aves.


Material compilado y revisado por la educadora argentina
Nidia Cobiella (NidiaCobiella@RedArgentina.com)
(Leyenda tehuelche).

miércoles, 2 de junio de 2010

LAS PLUMAS DE LAS ESTRELLAS


Hace mucho tiempo un guerrero itinerante quedó a disposición del blanco en uno de sus asentamientos hacia el este, donde por primera vez vio a un pavo, el hermoso y largo plumaje le sorprendió, a la vez que lo dejo maravillado por su belleza, así decidió comprar algunos y los llevó a las montañas con él, donde los escondió.

Entonces él se puso a trabajar en secreto y se hizo un tocado con las plumas de pavo real, para utilizarlo en el próximo baile donde podría lucirlo, afirmando que había ascendido hasta el cielo y que se trataba de plumas de las estrellas.

Hizo también un largo discurso pretendiendo haber recibido un mensaje de la estrella que los espíritus le pidieron que trasmitiera a la gente.

Todo el mundo se pregunta por el hermoso plumaje, tan diferente que nunca antes nadie había visto y que no cabía duda de haberlo traído del cielo, por lo tanto había estado con los espíritus de la estrella.

Así lo convirtieron en un gran profeta, quien les brindó un nuevo mensaje de el cielo cada tanto con su tocado de plumas de las estrellas.

Se hizo famoso y poderoso entre todos los hombres de medicina, hasta que finalmente sucedió que otro Cherokee llegó al asentamiento del blanco y vio allí otro pavo real, dándose cuenta que el profeta era un fraude.

A su regreso les contó a sus amigos y decidió investigar, cuando la noche siguiente llegó la danza del profeta y como de costumbre traía un nuevo mensaje fresco de las estrellas, el pueblo lo escuchó reverentemente y prometió hacer todo lo que el mandara.

Entonces él los dejó diciendo que debía volver al cielo, pero esta vez fue un círculo de espías detrás y lo siguió en la oscuridad, lo vio bajar al río, donde desapareció, lo esperaron pero nunca volvió.

La noche siguiente realizaron otra danza esperando al profeta mentiroso, pero esta vez no acudió, sin embargo del río salían destellos de luz con los colores de las plumas que llevaba el profeta y del cielo se vio caer una estrella, a la que llamaron “la estrella de las plumas o la estrella del profeta.


martes, 1 de junio de 2010

PIEL DE OSO


"PIEL DE OSO"

-’Si eso no pone en peligro mi salvación.’- replicó el soldado, que ya veía muy bien que era el Diablo el que se encontraba a su lado -’De lo contrario, no tengo nada que tratar.’-

-’Míralo y decídelo tú mismo’- contesto el del abrigo verde, -’tú deberás por los próximos siete años, no lavarte, no peinar tu barba ni tu cabello, no cortarte las uñas, ni decir un padrenuestro. Te daré un abrigo y una capa, que deberás usar todo ese tiempo. Si murieras dentro de esos siete años, tú serás mío. Si permaneces vivo, quedarás libre, e inmensamente rico por el resto de tus días.’-
El soldado meditó sobre la extrema posición en que se encontraba ahora, y como a menudo había afrontado la muerte, resolvió correr el riesgo de nuevo y aceptó los términos.

El Diablo se quitó el abrigo verde, se lo dio al soldado y dijo:-’Si tienes este abrigo sobre tu espalda y metes tu mano en el bolsillo, siempre lo encontrarás lleno de dinero.’-Entonces le quitó la piel al oso y dijo:

-’Esta piel será tu capa, y tu cama también, pues encima de ella deberás dormir, y no debes ir a ninguna otra cama, y debido a toda esta indumentaria, serás llamado ‘Piel de Oso.’-

Después de eso, el Diablo se desvaneció. El soldado se puso el abrigo, y de una vez buscó en el bolsillo, y encontró que lo dicho era cierto. Entonces se puso la piel de oso y siguió adelante por el mundo, y se regocijaba, no faltándole nada que fuera bueno para él y malo para su bolsillo.

Durante el primer año su apariencia fue aceptable, pero al segundo empezó a parecerse a un monstruo. Su cabello tapaba toda su cara, su barba era como un pedazo de fieltro grueso, sus dedos tenían uñas como garras, y toda su cara estaba con tal suciedad, que si una semilla cayera allí, con seguridad nacería.

Quien quiera que lo viera, salía corriendo, pero como en todo lado daba dinero a los pobres para que rezaran por él para que no muriera durante esos siete años, y además pagaba bien por todo, siempre consiguió refugio.

Al cuarto año llegó a una posada donde el posadero no lo recibía, y ni siquiera quería que fuera al establo, pues tenía temor de que asustara a los caballos.

Pero Piel de Oso metió su mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas, y el dueño de dejó persuadir a sí mismo y le dio un cuarto en una casa externa.

Sin embargo, Piel de Oso fue obligado a prometer que no se dejaría ver, para que la posada no cogiera mal renombre.

Estaba Piel de Oso sentado solo al atardecer, y deseando desde el fondo de su corazón que pronto terminaran los siete años, oyó un fuerte lamento desde una habitación contigua. Él tenía un corazón muy compasivo, así que abrió la puerta y vio a un hombre mayor llorando amargamente y apretándose las manos.

Piel de Oso se le acercó, pero el hombre saltó sobre sus pies y trató de escapar de él.

Al fin, cuando el anciano percibió que la voz de Piel de Oso era humana permitió que le hablara, y por medio de palabras amables Piel de Oso logró convencerlo de que le revelara la causa de su angustia.

Sus ingresos habían disminuido gradualmente, y él y sus hijas pasaban hambres, y estaba tan pobre que tampoco tenía con qué pagar al dueño de la posada y lo iban a poner en prisión.

-’Si ese es tu único problema’- dijo Piel de Oso, -’yo tengo suficiente dinero.’

-Él le pidió al posadero que viniera donde ellos, le pagó la cuenta del señor y además puso una bolsa llena de monedas dentro de los bolsillos del hombre.
Cuando el señor se vio a sí mismo libre de todos sus problemas, no sabía cómo agradecer el gesto.

-’Ven conmigo’- le dijo a Piel de Oso, -’mis hijas son todas buenas muchachas.
Escoge una de ellas para ser tu esposa. Cuando ellas oigan lo que has hecho por mí, no te rechazarán. Tú en verdad luces un poco extraño, pero ellas pronto te aceptarán correctamente.’-

Eso le complació a Piel de Oso, y se fue con él.

Cuando la mayor de las hijas lo vio, se alarmó tan terriblemente ante su cara, que gritó y salió corriendo espantada.

La segunda hija se quedó y lo miró de pies a cabeza, y dijo:

-’¿Cómo voy a aceptar un esposo que ya no tiene una forma humana?

Me gustaba más el oso afeitado que vi una vez por aquí, y que parecía un hombre con sus guantes blancos y uniforme de soldado. Si no fuera por lo feo, seguro que podría acostumbrarme.’

-La menor de ellas, sin embargo, dijo:

-’Querido padre, tiene que ser un buen hombre para que sin conocerte te haya ayudado a salir de problemas, y si le prometiste una esposa por lo que hizo, tu promesa debe ser cumplida. Yo no tengo inconveniente en aceptarlo.’-

Fue una bendición que el rostro de Piel de Oso estuviera tapado con la suciedad y el largo cabello, pues si no, todos hubieran visto cuan contento se sentía de oír aquellas palabras.

Él se quitó un anillo de su dedo, lo quebró en dos partes, y le dio a la joven una mitad, y se dejó la otra para él.

Escribió su nombre en la mitad de ella, y el nombre de ella en su mitad, y le rogó que guardara su mitad cuidadosamente. Entonces se alistó para salir y le dijo:

-’Debo de retirarme por tres años, y si para entonces no he regresado, quedarás libre de compromiso, pues seguramente habré muerto. Pero reza a Dios para que me conserve la vida.’

-La pobre prometida novia se vistió toda de negro, y cuando pensaba sobre su futuro esposo, sus ojos se llenaban de lágrimas. Y ninguna otra cosa más que desprecio y mofa le llegaba de sus hermanas mayores.

-’Ten cuidado’- decía la mayor, -’si le das la mano, te clavará las uñas.’-

-’Ponte viva’- decía la segunda, -’A los osos les gusta la miel, y si eres dulce con él, te comerá entera.’-

-’Debes hacer todo como a él le gusta’- dijo de nuevo la mayor, -’o si no te gruñirá.’-

-’Pero la boda será muy divertida’- continuó la segunda, -’los osos bailan muy bien.’-

La joven prometida permaneció en silencio y no se dejó molestar por ellas.
Piel de Oso, sin embargo, viajó por el mundo de un lugar a otro, hizo el bien lo más que pudo, y dio generosa ayuda a los pobres pidiéndoles que rezaran por él.
Por fin, cuando terminó el último día de los siete años, Piel de Oso fue una vez más al páramo y se sentó bajo el círculo de árboles.

No pasó mucho rato cuando el viento sopló, y el Diablo se paró junto a él, y lo miró disgustadamente, y definitivamente que estaba muy molesto. Entonces le tiró a Piel de Oso su vieja ropa de soldado, y le pidió que le devolviera su abrigo verde.

-’No hemos terminado aún’- contestó Piel de Oso, -’primero debes dejarme limpio.’

-Le gustara o no al Diablo, se vio obligado a traer agua y lavar a Piel de Oso, peinarlo, y cortarle las uñas.

Después de todo eso, ya se veía como un bravo soldado, y mucho más apuesto que como nunca había estado antes.

Cuando ya el Diablo partió, Piel de Oso sintió su corazón aliviado.

Fue a la ciudad, se puso un magnífico abrigo de terciopelo, se montó en un carruaje tirado por cuatro caballos blancos, y se dirigió a la casa de la prometida.
Nadie lo reconocía. El padre lo tomó como un distinguido general, y lo llevó a la habitación donde se encontraban sus hijas.

A Piel de Oso no le quedó más que sentarse entre las dos hermanas mayores quienes le trajeron vino, y le dieron las mejores piezas de carne, y pensaron que en todo el mundo nunca encontrarían un hombre más apuesto.

La prometida estaba sentada al lado contrario con su vestido negro, y nunca levantó sus ojos ni pronunció palabra alguna.

Cuando por fin él preguntó al padre si daría a alguna de sus hijas en matrimonio, las dos mayores saltaron y corrieron a sus cuartos a ponerse espléndidos vestidos, pues cada una de ellas fantaseaba que sería la elegida.

El extraño, en cuanto quedó solo con su prometida, sacó su mitad del anillo y lo puso en el fondo de un vaso de vino que se lo pasó a través de la mesa a la joven.

Ella bebió el vino, y cuando lo hubo terminado, encontró la mitad del anillo descansando en el fondo del vaso, y su corazón se aceleró.

Ella tomó su otra mitad, que usaba en una cinta alrededor de su garganta, junto a ambas mitades, y vio que calzaban exactamente juntos.

Entonces él dijo:

-’Soy tu novio prometido, que conociste como Piel de Oso, pero por la gracia de Dios he recibido de nuevo mi presencia humana, y una vez más volví a estar limpio.’

-Él se le acercó, la abrazó y la besó.

Mientras tanto las dos hermanas regresaron todas muy bien vestidas, y cuando vieron que el apuesto hombre estaba junto a la más joven, y oyeron que él era Piel de Oso, se retiraron rápidamente llenas de rabia y dolor.

Pero el tiempo les sanaría las heridas y aceptaron el buen discurrir de los acontecimientos, deseando para los nuevos esposos mucha felicidad para el resto de sus días.


lunes, 31 de mayo de 2010

"EL MANINCO"

Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una hanincol (comida de milpa) que hacen los mayas con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos.

Había rogado a los hechiceros que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: (santiguar es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.)

En las ceremonias de las comidas de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que vi; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que no entiendo.

La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de roca viva.

El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.

Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro que me saludó.

Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men quien me recibió solícito, pero desconfiado.

¿Está resuelta a que le santigüen?- me preguntó.

El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.

Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda.

Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio.

-¿Por qué harán el hanincol?

-Para desagraviar a los dioses.

El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto del Nohoch-Tat (Gran Señor).

Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba enfermo.

¿Quiere verlo?, me dijo. Sí- le respondí.

En una hamaca estaba el joven calenturiento.

El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.

Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia.
En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a efectuarse.

El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual recogían en bolas.

Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve.

Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros.

Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña, que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado).

En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó (caliente).

El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa.

Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos de oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos).

Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. Las piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.

Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc.

Se han llevado a la mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y pavos, etc.

El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malos y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los vientos malos, como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché.

Luego cae en éxtasis, oculta su rostro entre las manos, y tomando enseguida el incensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y mucha manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.

Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.

El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirviente aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó.

Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo.

Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva a la mesa y los riega con brebajes.

Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho. El men les da balché dulce, chocó, cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca.

(Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos).

Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño de monte).

El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.

A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño de bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.

Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo.

Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire.

Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.

Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana.

Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder.

El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura, había recobrado la salud.

En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo.

Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes.

Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal de sus milpas.

¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole?

Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantástico.

Autor: desconocido.

domingo, 30 de mayo de 2010

EL JACARANDÁ





Cuentan los que saben pues lo han oído de bocas que saben que hace ya mucho tiempo en lo que hoy conocemos como la provincia argentina de Corrientes, se instalaron los recién llegados españoles.

Vinieron los conquistadores con sus familias y entre ellos llegó un caballero que traía consigo a su hija llamada Pilar.

Era la niña una bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos azul oscuro y negra cabellera, que miraba asombrada el extraño nuevo mundo al que su padre la había conducido.

Todo era nuevo para ella, los colores, los aromas, las texturas, las costumbres y los sonidos.

Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían su misión evangelizadora y civilizadora, enseñando a los guaraníes, naturales de la zona, tanto su religión como nuevos modos de cultivar la tierra.

Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un mocetón veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón, como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus secretos, o, como descargando en ella su furia y su impotencia al verse prisionero.

Una tarde en que Pilar salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté.

Fue verlo y prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.

El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre unos arbustos.

Desde ese momento el indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.

Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen. No podía olvidar lo hermoso que le pareció con su torso desnudo, cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le pegaban al cuerpo.

No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que, sin palabras, sus espíritus y sus corazones se entrecruzaron y se conocieron.

Mbareté, decidido, pidió al sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Aprendió rápido las palabras necesarias para decirle a Pilar cuánto la amaba desde el primer día en que se conocieron. Día tras día buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle.

La oportunidad llegó. La joven estaba rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba el catecismo, el joven se acercó al grupo y sin musitar palabra permaneció observándola hasta que los niños se fueron. Entonces, Mbareté caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español, balbuceante al principio, firme después, confesándole su amor.

Pilar confundida, y también emocionada, se ruborizó, y trató de ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.

Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus vidas. Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo concluida, amparándose en las sombras de una noche en que Yasy, (la luna) les brindó su complicidad, escapó con su amado.

A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había desaparecido.

Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda.

Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río. Sigilosamente, tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa, con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.

El padre de la joven no resistió la visión de la tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo; de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por su propio padre.

Al ver esto, Mbareté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse. Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.

El padre, dolorido e indignado, no se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a volver a la reducción.

Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó que los jóvenes se olvidaran de sus diferencias de raza.

Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja, en vez de la sangre que esperaba ver, se erguía un hermoso árbol de tronco fuerte, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la brisa.

El hombre tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de las azules flores del jacarandá.